ACTO
V
ESCENA
PRIMERA
Chipre. Una
calle.
Entran Yago y
Rodrigo.
YAGO Escóndete, que ahora viene; en
cuanto aparezca desenvaina la espada, y ¡a él sin miedo! Yo te guardaré las
espaldas. Es cuestión de vida o muerte. Decídete, pues, y ten resolución.
RODRIGO No te alejes, por si me
sale mal mi intento.
YAGO Estaré detrás de ti. En
guardia.
Se retira a
poca distancia.
RODRIGO Del resultado no tengo
confianza, y sin embargo, las razones que me da me convencen.
Que muera uno ¿qué importa?
Se retira.
YAGO Tanto me he burlado de este
necio que ya empieza a conocerlo. Mate él a Casio, mátele Casio a él o mueran
los dos, siempre saldré ganando. Si Rodrigo escapa, comenzará a pedirme el
dinero y las joyas que le he sacado, so pretexto de seducir a Desdémona. Y si
se salva Casio, su presencia será un perpetuo acusador contra mí, y además el
moro podrá referir a Casio lo que ha pasado entre nosotros, y ponerme en grave
peligro. Muera, pues. Le siento llegar.
Entra Casio.
RODRIGO Él es. Le conozco. ¡Muere,
traidor!
Le da una estocada.
CASIO La vida me hubiera costado
esta estocada, a no traer el jubón tan bien aforrado. Veamos cómo está el tuyo.
Hiere a Rodrigo.
RODRIGO ¡Confesión! ¡Muerto soy!
Yago
hiere en las piernas a Casio y huye luego.
CASIO ¡Me han dejado cojo para
siempre! ¡Asesino!¡Favor!
Entra Otelo.
OTELO Voz es de Casio. Yago ha
cumplido bien su palabra.
RODRIGO ¡Qué infame he sido!
OTELO Sí, él es, no hay duda.
CASIO ¡Favor! ¡Luces! ¡Un cirujano!
OTELO Es Casio, es Casio. ¡Oh
valeroso Yago, que has sentido como propia la afrenta de un amigo, tú me
muestras el camino de la venganza! ¡Adúltera mujer! Ya ha sucumbido tu amante,
y se acerca tu última hora. Voy a buscarte, borrando de mi corazón hasta el
último recuerdo de tus hechizos y de la luz de tus ojos. Sangre de tu torpe
corazón ha de purificar nuestro lecho mancillado por ti.
Sale.
Entran
Ludovico y Graciano.
CASIO ¿Dónde está la ronda?¿Nadie
acude?¡Favor!¿Por qué no prendéis al asesino?
GRACIANO ¡Oh qué desgracia! ¡Qué
espanto causan en mí esas voces!
CASIO ¡Ayuda!
LUDOVICO ¡Silencio!
RODRIGO ¡Infame!
LUDOVICO Oigo los gemidos de dos o
tres personas. ¡Infausta noche! ¿Será alguna zalagarda? Procedamos con cautela.
¿Quién se arroja a darles auxilio sin la ronda?
RODRIGO Socorredme, que me
desangro.
LUDOVICO ¿No lo oyes?
Entra Yago en cuerpo y con una luz.
GRACIANO Ahí viene un hombre medio
desnudo, con armas y luz.
YAGO ¿Quién es? ¿Quién grita
“asesino”?
LUDOVICO No lo sabemos.
YAGO ¿No habéis oído voces?
CASIO ¡Favor de Dios! ¡Por aquí,
por aquí!
YAGO ¿Qué sucede?
GRACIANO Si no me equivoco, es la
voz del alférez de Otelo.
LUDOVICO No tiene duda. Y es
Valentín tu mancebo.
YAGO ¿Quién eres tú que tan
amargamente te quejas?
CASIO Yago, me han acometido unos asesinos,
dame favor.
YAGO ¡Dios mío! ¡Mi teniente!
¿Quién os ha puesto de esa manera?
CASIO Uno de ellos está herido
cerca de mí, y no puede huir.
YAGO ¡Villanos , alevosos! ¿Quién
sois? ¡Favor, ayuda!
RODRIGO ¡Favor, Dios mío!
CASIO Uno de ellos es aquél.
YAGO ¡Traidor, asesino!
Saca el puñal y hiere a Rodrigo.
RODRIGO ¡Maldito Yago! ¡Perro
infernal!
YAGO ¡Asaltarle de noche y a
traición! ¡Bandidos! ¡Qué silencio, qué soledad! ¡Muerte! ¡Socorro! ¿Y vosotros
veníais de paz o en son de combate?
LUDOVICO Por nuestros hechos podéis
conocerlo.
YAGO ¡Ilustre Ludovico!
LUDOVICO El mismo soy.
YAGO Perdón os pido. Ahí yace Casio
a manos de traidores.
GRACIANO ¡Casio!
YAGO ¿Qué tal, hermano?
CASIO Tengo herida la pierna.
YAGO ¡No lo quiera Dios! ¡Luz, luz!
Yo vendaré las heridas con mi ropa.
Entra Blanca.
BLANCA ¿Qué pasa? ¿Qué voces son
ésas?
YAGO ¿De quién son las voces?
BLANCA ¡Casio, mi amado Casio, mi
dulce Casio!
YAGO ¡Ramera vil! Amigo Casio, ¿y
ni aun sospecháis quién pudo ser el agresor?
CASIO Lo ignoro.
GRACIANO ¡Cuánto me duele veros
así! Venía a buscaros.
YAGO ¡Dadme una venda!
Gracias. ¡Oh si yo tuviera una silla de
manos, para llevarle a casa!
BLANCA ¡Ay que pierde el sentido!
¡Casio, mi dulce Casio!
YAGO Amigos míos, yo tengo mis
recelos de que esta joven tiene parte no escasa en el delito. Esperad un
momento. Que traigan luces, a ver si podremos conocer al muerto. ¡Amigo y
paisano mío, Rodrigo! ¡No, no es! Sí, sí, ¡Rodrigo! ¡Qué suceso más extraño!
GRACIANO ¿Rodrigo el de Venecia?
YAGO El mismo, caballero. ¿Le
conocíais vos?
GRACIANO Ya lo creo que le conocía.
YAGO ¡Amigo Graciano! Con este
lance estoy tan turbado que no sé lo que me sucede.
GRACIANO Mucho me place el veros.
YAGO ¿Cómo os sentís, Casio? ¡Que
traigan una silla de manos!
GRACIANO ¡Rodrigo!
YAGO No cabe duda que es él. Lo deploro. Venga la litera. Llevadle despacio a casa de alguna persona caritativa. Me
iré a llamar al médico de Otelo. No tengáis cuidado, señora. El desdichado que
ahí yace muerto, fue muy amigo mío. ¿Cuál sería la causa de la pendencia?
CASIO Ciertamente que no lo sé. Ni
siquiera le conozco.
YAGO (a Blanca) ¿Perdéis el color? Retirad el cadáver. No me abandonéis,
caballeros. Mucho palidecéis, señora mía. ¿No veis qué asustada y sin sosiego
está? Creo que ella podría decirnos algo. Miradla, miradla despacio. ¿No lo
advertís, caballeros? La lengua calla, pero la conciencia habla a gritos.
Entra Emilia.
EMILIA ¿Qué pasa? ¡Ay, esposo mío!
YAGO A traición han acometido a
Rodrigo. Algunos se han escapado. Él queda muerto y Casio herido.
EMILIA ¡Infeliz Casio! ¡Pobre
caballero!
YAGO ¡Fruto natural de la vida que
él traía! Vete, Emilia, y pregunta a Casio dónde cenó esta noche. (A Blanca) ¿Por qué tembláis, señora?
BLANCA En mi casa cenó, pero no
tiemblo por eso.
YAGO ¿Conque en tu casa? Pues ven
conmigo.
EMILIA ¡Mala mujer, ramera!
BLANCA Soy tan honrada como vos. No
me insultéis.
EMILIA ¡Tan honrada como yo!
¡Perdida!
YAGO Vamos a cuidar de Casio,
amigos míos. Señora, venid, que pronto hablaréis de otra manera. Emilia, vete a
toda prisa al castillo, refiéreselo al moro y a Desdémona. Venid conmigo. (Aparte) Esta noche será la de mi
felicidad o la de mi ruina.
Salen.
ESCENA
SEGUNDA
Alcoba en el castillo.
Desdémona dormida. A su lado una luz.
Entra Otelo.
OTELO Con razón lo hago, con razón
¡alma mía! No os lo quiero contar, castas estrellas. Tampoco quiero derramar la
sangre de ella, ni ajar su cutis más blanco que la nieve, y más tierno que
mármol sepulcral. Y con todo eso, tengo que matarla, para que no engañe a otros
hombres. Apagaré esta luz… Y luego aquélla. Si apago esta luz y luego me
arrepiento, puedo volver a encenderla, pero si te apago a ti, luz clarísima,
primor y ejemplar de la naturaleza, ¿dónde hallaré el fuego de Prometeo, para
volverte a dar la vida? Si arranco la flor de su tallo, ¿cómo he de restituirle
su frescura y lozanía? Necesario es que se marchite. Quiero respirar por última
vez su deleitoso aroma.
La besa.
¡Oh regalado aliento de tu boca,
casi bastas para arrancar el hierro de la mano de la justicia! Otro beso y nada
más. ¡Quédate así, cuando yo te mate, que muerta y todo te he de amar! Otro
beso, el último. Nunca lo hubo más delicioso ni más fatal; lloremos. Mi llanto
es feroz, y mi ira es como la de Dios, que hiere donde más ama. Ahora se
despierta.
DESDÉMONA (despertándose) ¿Eres tú, Otelo?
OTELO Yo soy, Desdémona.
DESDÉMONA Esposo mío, ¿quieres
descansar?
OTELO ¿Has rezado esta noche,
Desdémona?
DESDÉMONA Sí.
OTELO Pues pide a Dios perdón, si
te acuerdas de algún crimen, que Dios no te haya perdonado todavía.
DESDÉMONA ¡Dios mío! ¿Qué quieres
decir, esposo?
OTELO Hazlo, y pronto. Yo me
alejaré entretanto. No quiero que mueras sin confesión. No quiero condenar tu
alma.
DESDÉMONA ¿Qué? ¿Quieres matarme?
OTELO Sí, por cierto.
DESDÉMONA ¡Perdón, Dios mío!
OTELO ¡Así sea! Dilo con todas las
fuerzas de tu alma.
DESDÉMONA Tú que así hablas no
puedes matarme.
OTELO ¿Qué?
DESDÉMONA Con todo eso, te temo. Tu
mirada me aterra. Y no sé por qué es mi temor, pues de ningún crimen me
reconozco culpable. Y sin embargo, tiemblo.
OTELO Acuérdate de tus pecados.
DESDÉMONA Será el amor que te
profeso.
OTELO Por ese amor te mato.
DESDÉMONA ¿Matarme porque te amo?
¡Oh indigna muerte! ¿Por qué te muerdes los labios? ¡Ciega pasión te descamina!
Agüeros son de mal suceso; pero yo espero que no me amenacen a mí.
OTELO ¡Calla, calla!
DESDÉMONA Sí, callaré, pero ¿qué
pasa?
OTELO ¿Tú diste a Casio aquel
pañuelo, regalo mío y que yo tanto apreciaba?
DESDÉMONA ¡No, te lo juro por mi
vida! Pregúntaselo a él.
OTELO No jures en falso, amada mía,
que ya estás en el tálamo de la muerte.
DESDÉMONA ¿Tan pronto?
OTELO Enseguida. Confiesa, pues,
tus culpas, una por una, que aunque las niegues con los más firmes juramentos,
no has de disminuir en un ápice mi firme convicción. De todas maneras, morirás.
DESDÉMONA Entonces, Dios tenga
compasión de mí.
OTELO Así sea.
DESDÉMONA Y tenla tú también. Jamás
te falté, ni aun de pensamiento. Nunca puse mi corazón en Casio ni le di prenda
alguna de amor. Quísele sólo con la amistad que Dios aprueba.
OTELO ¡Dios mío! ¡Y yo que he visto
el pañuelo en sus manos! ¡Tú quieres volverme loco, y hacer que trueque en
asesinato lo que quiero que sea sacrificio! Yo he visto el pañuelo.
DESDÉMONA Él lo encontró en el
suelo. Yo no se lo di. Que venga él y nos declare la verdad.
OTELO Ya la ha confesado.
DESDÉMONA ¿Y qué confesó?
OTELO Que alcanzó favores tuyos.
DESDÉMONA ¿Ilícitos?
OTELO Sí.
DESDÉMONA Falso. No lo repetirá
delante de mí.
OTELO No, porque Yago le ha cerrado
la boca.
DESDÉMONA ¡Ah! Tiemblo. ¿Casio ha
muerto?
OTELO ¡Ojalá hubiera tenido tantas
vidas como cabellos, para que mi venganza las hubiera devorado una por una!
DESDÉMONA ¡Calumnia, calumnia
atroz, que nos ha perdido!
OTELO ¡Infame! ¿Y te atreves a
llorarle delante de mí?
DESDÉMONA ¡Esposo mío, destiérrame
de tu presencia, pero no me mates!
OTELO Apártate, vil adúltera.
DESDÉMONA Déjame vivir siquiera
esta noche. Mátame mañana.
OTELO ¿Aún te defiendes?
DESDÉMONA Siquiera una hora de
vida.
OTELO La hora inevitable ha
llegado.
DESDÉMONA Dejadme rezar una
oración.
OTELO Ya es tarde.
La estrangula.
EMILIA (dentro) ¡Abrid, señor, abrid!
OTELO ¿Quién llama? ¿Estará muerta
del todo? En medio de todo, le tengo lástima, y no quiero alargar su agonía.
EMILIA (dentro) ¡Abrid, señor!
OTELO ¿Quién es?
EMILIA (dentro) Señor, dejadme deciros dos palabras.
OTELO Es Emilia. – Voy a abrirle.-
Ya ha muerto Desdémona. – ¿Vendrá Emilia a contarme la muerte de Casio? – Aquí
era el ruido. – Está inmóvil, yerta como la losa de un sepulcro. - ¿Abriré?
¿Será una imprudencia? - ¡Me parece que se mueve! – No es nada.- ¿Qué haré? Si
entra, preguntará por mi mujer. ¡Mi mujer, mi mujer!- ¿Y quién es mi mujer? Yo
no la tengo. ¡Hora tristísima! ¡Ojalá hubiese ahora un eclipse de sol y de
luna, y se abriera el centro de la tierra!
EMILIA ¡Abrid señor! Que es muy
importante lo que tengo que deciros.
OTELO Ya no me acordaba de ti,
Emilia. Entra, pero despacio. Voy a cerrar las cortinas del lecho.
Abre la puerta.
(A Emilia) ¿Qué nuevas
traes? Dímelas.
EMILIA Señor, cerca de aquí acaban
de matar a uno.
OTELO En este instante.
EMILIA Ahora mismo.
OTELO Influjos son de la luna, que
anda ahora muy cerca de la tierra, y hace sentir aquí sus efectos.
EMILIA Casio ha dado muerte a un
mancebo veneciano llamado Rodrigo.
OTELO ¿Muerto Rodrigo? Y Casio
muerto también.
EMILIA No. Casio no ha muerto.
OTELO ¡Casio no ha muerto! Entonces
ese homicidio, lejos de serme grato, me es aborrecible.
DESDÉMONA ¡Oh muerte cruel!
EMILIA ¿Qué grito ha sonado?
OTELO ¿Grito? ¿Dónde?
EMILIA Grito de mi señora.
Amparadme, por Dios. Decidme algo, señora, amada Desdémona.
OTELO Muere sin culpa.
EMILIA ¿Y quién la mató?
DESDÉMONA Nadie. Yo me maté. Que
Otelo me conserve en su recuerdo. Adiós, esposo mío.
OTELO ¿Pues cómo ha muerto?
EMILIA ¿Quién lo sabe?
OTELO Ya has oído que ella misma
dice que yo no fui.
EMILIA Vos fuisteis. Y es preciso
que digáis la verdad.
OTELO Por la mentira se ha
condenado y baja al infierno. Yo la maté.
EMILIA ¡Ella era un ángel, vos sois
un demonio!
OTELO Ella fue pecadora y adúltera.
EMILIA La estáis calumniando infame
y diabólicamente.
OTELO Fue falsa y mudable como el
agua que corre.
EMILIA Y tú violento y rápido como
el fuego. Siempre te guardó fidelidad, y fue tan casta como los ángeles del
cielo.
OTELO Casio gozó de su amor. Que te
lo cuente tu marido. ¡Oh, merecería yo pagar mi necio crimen en lo más hondo
del infierno, si antes de arrojarme a la venganza, no hubiera examinado bien la
justicia de los motivos! Yago lo averiguó.
EMILIA ¿Mi marido?
OTELO Tu marido
EMILIA ¿Él averiguó que Desdémona
te había sido infiel?
OTELO Sí, con Casio. Y si no me
hubiera sido traidora, te juro que no la hubiera trocado ni por un mundo que el
cielo hubiese fabricado para mí de un crisólito íntegro y sin mancha.
EMILIA ¡Mi marido!
OTELO Él me lo descubrió todo. Es
hombre de bien, y aborrece toda infamia y torpeza.
EMILIA ¡Mi marido!
OTELO ¿Por qué repites tanto: “mi
marido”?
EMILIA ¡Ay pobre señora mía, cómo
la maldad se burla del amor! ¡Qué negra iniquidad! ¿Y mi marido te dijo que
ella había sido infiel?
OTELO Sí, tu marido. ¿Lo entiendes
bien ahora? Yago, mi fiel amigo Yago.
EMILIA Pues si tales cosas te ha
dicho, consúmase su alma, un átomo cada día. ¡Ha mentido como un infame! Bien
deseaba el puesto que tan caro ha comprado.
OTELO ¡Por Dios vivo!...
EMILIA Puedes matarme: será un
hecho tan indigno de memoria como lo eres tú.
OTELO Debías callar.
EMILIA Aún mayor que tu poder es mi
valor. ¡Necio, más estúpido que el polvo de la tierra! ¡Vaya una bravata! Me
río de tu acero. Voy a contar a gritos quién eres, aunque me cueste la vida y
cien vidas. ¡Socorro, que el moro ha asesinado a mi señora! ¡Socorro!.
Entran Montano, Graciano y Yago.
MONTANO ¿Qué pasa, general?
EMILIA ¿Ahí está, Yago? ¡Qué
habilidad tienes! ¡Dejar que un infame te acuse para disculpar sus crímenes!
GRACIANO ¿Pero qué ha pasado?
EMILIA Si eres hombre, desmiéntele.
Él cuenta que tú le dijiste que su mujer le era infiel. Yo sé bien que no lo
has dicho, porque no eres tan malvado. Habla, respóndele, que el corazón quiere
saltárseme.
YAGO Le dije lo que yo tenía por
cierto, y lo que luego él ha averiguado.
EMILIA ¿Y tú le dijiste que mi
señorea no era honrada?
YAGO Sí que se lo dije.
EMILIA Pues dijiste una mentira
odiosa, infernal y diabólica. ¡Poder de Dios! ¿Y le dijiste que era infiel con
Casio, con Casio?
YAGO Sí, con Casio. Cállate, mujer.
EMILIA No he de callar. Es
necesario que yo hable. Mi pobre señora yace muerta en su lecho.
TODOS ¡No lo consienta Dios!
EMILIA Y tus declaraciones son
causa de su muerte.
OTELO No os asombréis, señores. Así
ha sucedido.
GRACIANO ¡Horrenda verdad!
MONTANO ¡Espantoso crimen!
EMILIA Aquí se esconde alguna
infernal añagaza… Y empiezo a sospechar… ¡Ah, sí; ya caigo! … Lo que siempre
recelé… ¡Infame! Me ahoga la ira! ¡Oh trama inicua!
YAGO ¿Estás loca? Vete a casa. Te
lo mando.
EMILIA Caballeros, dejadme hablar.
Otra vez le obedeceré, no ahora. Y quizás nunca volveré a tu casa, Yago.
OTELO ¡Ay! ¡Ay!
EMILIA ¿Al fin lo sientes? Ruge,
ruge. Has asesinado a la más santa y hermosa criatura que ha visto nunca la luz
del sol.
OTELO (Levantándose) ¡Fue adúltera!
(A Graciano) No os había conocido, tío. Ahí tenéis muerta a vuestra sobrina, y
muerta a mis manos. Sé que esto os parecerá horrible…
GRACIANO ¡Pobre Desdémona! Cuán
feliz es tu padre en haber pasado ya de esta vida. Tu boda le mató: el pesar de
ella le bastó a cortar el hilo de sus días. Pero si hoy viviera, y la viese
muerta, pienso que había de maldecir hasta de su ángel de la guarda, provocando
la indignación del cielo.
OTELO ¡Qué dolor! Pero Yago sabe
que ella mil veces se entregó a Casio. El mismo Casio lo confesaba, y además
recibió de ella, en pago de su amor, el pañuelo, el regalo nupcial que yo le
hice, un pañuelo que mi padre había dado a mi madre. Yo mismo lo he visto en
manos de Casio.
EMILIA ¡Dios poderoso! ¡Dios de
bondad!
YAGO ¡Calla, te digo!
EMILIA No, no puedo callar, no
quiero. Hablaré libre como el viento, aunque me condenen Dios y los hombres del
infierno. No callaré: debo hablar.
YAGO No digáis locuras. A casa, a
casa.
EMILIA Jamás iré
Yago la amenaza.
GRACIANO ¿Qué? ¿La espada sacáis
contra una débil mujer?
EMILIA ¡Perverso Otelo! Yo encontré
aquel pañuelo, yo misma se lo di a mi marido, porque con muchas instancias me
había pedido que lo robara.
YAGO ¡Infame prostituta!
EMILIA ¿Que ella se lo dio a Casio?
No, ¡si lo encontré yo, y se lo di a mi marido!
YAGO Mientes, malvada.
EMILIA No miento, no. Caballeros,
no miento. ¡Bestia cruel! ¡Estúpido! ¿Cómo habías tú de poder contra esa santa?
OTELO ¡Monstruo! ¿No hay rayos en
el cielo, o es que el trueno se los apropió todos?
Se arroja sobre Yago, pero éste hiere a
Emilia y huye.
GRACIANO Sin duda ha muerto a su
mujer.
EMILIA Sí. Muerta soy; colocadme al
lado de mi ama.
GRACIANO Él ha huido dejándola
muerta.
MONTANO ¡Infame asesino! Toma tú
esta espada que he quitado de manos del moro. Guardad la puerta; no le dejéis
salir, aunque sea preciso matarle. Yo iré detrás de ese malvado, el más
abominable de cuantos existen en el mundo.
Salen Montano y Graciano.
OTELO Hasta el valor he perdido, un
niño podría desarmarme. ¿Pero qué importa? ¡Vaya con la virtud la honra!
¡Húndase todo!
EMILIA Quiero acordarme de las
palabras de tu canto, señora mía, óyeme, si es que aún tienes oídos. Moriré
cantando como el cisne:
“Cantad el sauce, y su verdor cantad”
Moro, ella fue honesta. Moro ella
te amaba. Verdad es, así yo me salve. Muero diciendo la verdad. Muero.
Cae.
OTELO Otra arma tengo aquí: una
hoja española, reciamente templada en las aguas del Tajo. Ahora es cuando debo
desnudarla, amado tío.
GRACIANO (dentro) Vana empresa será
el defenderte; no tienes armas, has de ceder.
OTELO Entra, y óyeme, o embestiré
desnudo como estoy.
Entra Graciano.
GRACIANO ¿Qué sucede?
OTELO Espada tengo, la mejor que
ciñó ningún guerrero; esta hoja y este brazo han allanado obstáculos veinte
veces mayores que tu resistencia. Pero ¡qué insensato alarde! ¿Quién lidia
contra la fortuna? Todo ha cambiado: no me temes aunque me ves con armas. Éste
es el término de mi viaje, la bahía y el puerto. ¿Te retiras tembloroso? ¿A qué
ese miedo? Aunque ataques a Otelo con una débil caña, Otelo cederá. ¿Y adónde
ha de ir Otelo? Déjame ver tu rostro por última vez, infeliz esposa mía. Tan pálido está como tu vestidura.
Cuando los dos comparezcamos ante el tribunal divino, esa mirada tuya bastará a
arrojar mi alma del cielo, y los demonios harán presa en ella con las uñas. ¡Ay
de mí, siervo del pecado! ¡Furias, arrojadme del cielo con vuestro gran
torbellino, hacedme hervir en azufre o en pilas de hirviente metal. ¡Desdémona,
Desdémona!
Entran Ludovico, Montano, Casio herido, y
Yago preso.
LUDOVICO ¿Dónde está este infeliz
temerario?
OTELO Aquí tenéis al que fue Otelo.
LUDOVICO ¿Dónde ese basilisco, ese
horrible Yago?
OTELO ¡Lástima que seas demonio,
porque no podré matarte!
Le hiere.
LUDOVICO Desarmadle.
YAGO Me has herido, pero no de
muerte.
OTELO Y no lo siento. Quiero que
vivas, porque el morir es una dicha.
LUDOVICO Otelo, tú que antes fuiste
tan bueno y generoso, ¿cómo has caído en los lazos de este traidor artero? ¿Qué
dirán de ti?
OTELO Cuanto quieran, si así lo
creéis; seré un delincuente honrado. Por honor la maté, no por odio.
LUDOVICO En parte ya ha confesado
su crimen. ¿Los dos concertastéis la muerte de Casio?
OTELO Sí.
CASIO Y sin razón ninguna.
OTELO Téngolo por cierto y te pido
perdón. Preguntad a ese demonio, qué motivo le pudo inducir a infernar de ese
modo mi cuerpo y mi alma.
YAGO No me preguntéis nada, no he
de responder. Todo lo sabéis. Desde ahora no he de hablar.
LUDOVICO ¿Ni siquiera para rezar?
GRACIANO El tormento te obligará a
mover la lengua.
OTELO Bien harás.
LUDOVICO Sabedlo todo, pues aún hay
algo que no ha llegado a vuestra noticia. En el bolsillo de Rodrigo se han
encontrado dos cartas. Una de ellas explica cómo Rodrigo se encargó de dar muerte
a Casio.
OTELO ¡Cobarde!
CASIO ¡Infame!
LUDOVICO La otra carta contiene mil
quejas contra Yago, pero se conoce que antes de enviarle Rodrigo la carta,
encontró a Yago, y éste resolvió todas sus dudas y le decidió a lo que hizo.
OTELO ¡Perro traidor! ¿Y cómo llegó
a tus manos, Casio, aquel pañuelo de mi mujer?
CASIO Lo hallé en mi aposento, y él
mismo acaba de confesar que lo dejó allí con ese intento.
OTELO ¡Necio, mentecato!
CASIO En la misma carta le echa en
cara Rodrigo, entre otras mil acusaciones, el haberle excitado en el cuerpo de
guardia a que riñese conmigo, de cuya riña resultó el perder yo mi empleo. Y él
ha dicho antes de morir que Yago le acusó y le hirió.
LUDOVICO Necesario es que vengáis
con nosotros sin demora. El gobierno queda en manos de Casio. Y en cuanto a
Yago creed que si hay algún tormento que pueda hacerle padecer eternamente sin
matarle, a él se aplicará. Vos estaréis preso, hasta que sentencie vuestra
causa el Senado de Venecia.
OTELO Oídme una palabra, nada más,
y luego os iréis. He servido bien y lealmente a la República, y ella lo sabe,
pero no trataremos de eso. Sólo os pido por favor una cosa: que cuando en
vuestras cartas al Senado refiráis este lastimoso caso, no tratéis de
disculparme, ni de agravar tampoco mi culpa. Decid que he sido un desdichado;
que amé sin discreción y con furor, que aunque tardo en recelar, me dejé
arrastrar como loco por la corriente de los celos. Decid que fui tan insensato
como el indio que arroja al lodo una pieza preciosa que vale más que toda su
tribu. Decid que mis ojos que antes no lloraban nunca, han destilado luego
largo caudal de lágrimas, como destilan su balsámico jugo los árboles de
Arabia. Contádselo todo así, y decid también que un día que en Alepo un turco
puso la mano en un veneciano, ultrajando la majestad de la República, yo agarré
del cuello a aquel perro infiel y le maté así.
Se hiere.
LUDOVICO ¡Lastimosa muerte!
GRACIANO Vanas fueron nuestras
palabras.
OTELO Esposa mía, quise besarte
antes de matarte. Ahora te beso, y muero al besarte.
Muere.
CASIO Yo lo recelé, porque era de
alma muy generosa, pero creí que no tenía armas.
LUDOVICO (A Yago) ¡Perro ladrón, más crudo y sanguinario que la muerte misma,
más implacable que el mar alborotado! ¡Mira, mira los dos cadáveres que abruman
ese lecho! Gózate en tu obra, cuyo solo espectáculo basta para envenenar los
ojos. Cubrid el cadáver, haced guardar la casa, Graciano. Haced inventario de
los bienes del moro. Sois su heredero. Y a vos, gobernador, incumbe el castigar
a este perro sin ley, fijando el modo y la hora del tormento. Y ¡que sea cruel,
muy cruel! Yo con lágrimas en los ojos voy a llevar a Venecia la relación del
triste caso.
Otelo, W. Shakesperare, traducción de Marcelino
Menéndez Pelayo, en William Shakespeare teatro completo Jaume Plensa, Galaxia
Gutenberg, Círculo de Lectores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario