jueves, 8 de agosto de 2013

OTELO

    ACTO V
     ESCENA PRIMERA
       Chipre. Una calle.
       Entran Yago y Rodrigo.

YAGO Escóndete, que ahora viene; en cuanto aparezca desenvaina la espada, y ¡a él sin miedo! Yo te guardaré las espaldas. Es cuestión de vida o muerte. Decídete, pues, y ten resolución.
RODRIGO No te alejes, por si me sale mal mi intento.
YAGO Estaré detrás de ti. En guardia.

            Se retira a poca distancia.

RODRIGO Del resultado no tengo confianza, y sin embargo, las razones que me da me convencen.
Que muera uno ¿qué importa?
           
            Se retira.


YAGO Tanto me he burlado de este necio que ya empieza a conocerlo. Mate él a Casio, mátele Casio a él o mueran los dos, siempre saldré ganando. Si Rodrigo escapa, comenzará a pedirme el dinero y las joyas que le he sacado, so pretexto de seducir a Desdémona. Y si se salva Casio, su presencia será un perpetuo acusador contra mí, y además el moro podrá referir a Casio lo que ha pasado entre nosotros, y ponerme en grave peligro. Muera, pues. Le siento llegar.

            Entra Casio.

RODRIGO Él es. Le conozco. ¡Muere, traidor!

            Le da una estocada.

CASIO La vida me hubiera costado esta estocada, a no traer el jubón tan bien aforrado. Veamos cómo está el tuyo.

            Hiere a Rodrigo.

RODRIGO ¡Confesión! ¡Muerto soy!

            Yago hiere en las piernas a Casio y huye luego.

CASIO ¡Me han dejado cojo para siempre! ¡Asesino!¡Favor!

            Entra Otelo.

OTELO Voz es de Casio. Yago ha cumplido bien su palabra.
RODRIGO ¡Qué infame he sido!
OTELO Sí, él es, no hay duda.
CASIO ¡Favor! ¡Luces! ¡Un cirujano!
OTELO Es Casio, es Casio. ¡Oh valeroso Yago, que has sentido como propia la afrenta de un amigo, tú me muestras el camino de la venganza! ¡Adúltera mujer! Ya ha sucumbido tu amante, y se acerca tu última hora. Voy a buscarte, borrando de mi corazón hasta el último recuerdo de tus hechizos y de la luz de tus ojos. Sangre de tu torpe corazón ha de purificar nuestro lecho mancillado por ti.

                        Sale.
            Entran Ludovico y Graciano.

CASIO ¿Dónde está la ronda?¿Nadie acude?¡Favor!¿Por qué no prendéis al asesino?
GRACIANO ¡Oh qué desgracia! ¡Qué espanto causan en mí esas voces!
CASIO ¡Ayuda!
LUDOVICO ¡Silencio!
RODRIGO ¡Infame!
LUDOVICO Oigo los gemidos de dos o tres personas. ¡Infausta noche! ¿Será alguna zalagarda? Procedamos con cautela. ¿Quién se arroja a darles auxilio sin la ronda?
RODRIGO Socorredme, que me desangro.
LUDOVICO ¿No lo oyes?

Entra Yago en cuerpo y con una luz.

GRACIANO Ahí viene un hombre medio desnudo, con armas y luz.
YAGO ¿Quién es? ¿Quién grita “asesino”?
LUDOVICO No lo sabemos.
YAGO ¿No habéis oído voces?
CASIO ¡Favor de Dios! ¡Por aquí, por aquí!
YAGO ¿Qué sucede?
GRACIANO Si no me equivoco, es la voz del alférez de Otelo.
LUDOVICO No tiene duda. Y es Valentín tu mancebo.
YAGO ¿Quién eres tú que tan amargamente te quejas?
CASIO Yago, me han acometido unos asesinos, dame favor.
YAGO ¡Dios mío! ¡Mi teniente! ¿Quién os ha puesto de esa manera?
CASIO Uno de ellos está herido cerca de mí, y no puede huir.
YAGO ¡Villanos , alevosos! ¿Quién sois? ¡Favor, ayuda!
RODRIGO ¡Favor, Dios mío!
CASIO Uno de ellos es aquél.
YAGO ¡Traidor, asesino!

            Saca el puñal y hiere a Rodrigo.

RODRIGO ¡Maldito Yago! ¡Perro infernal!
YAGO ¡Asaltarle de noche y a traición! ¡Bandidos! ¡Qué silencio, qué soledad! ¡Muerte! ¡Socorro! ¿Y vosotros veníais de paz o en son de combate?
LUDOVICO Por nuestros hechos podéis conocerlo.
YAGO ¡Ilustre Ludovico!
LUDOVICO El mismo soy.
YAGO Perdón os pido. Ahí yace Casio a manos de traidores.
GRACIANO ¡Casio!
YAGO ¿Qué tal, hermano?
CASIO Tengo herida la pierna.
YAGO ¡No lo quiera Dios! ¡Luz, luz! Yo vendaré las heridas con mi ropa.

            Entra Blanca.

BLANCA ¿Qué pasa? ¿Qué voces son ésas?
YAGO ¿De quién son las voces?
BLANCA ¡Casio, mi amado Casio, mi dulce Casio!
YAGO ¡Ramera vil! Amigo Casio, ¿y ni aun sospecháis quién pudo ser el agresor?
CASIO Lo ignoro.
GRACIANO ¡Cuánto me duele veros así! Venía a buscaros.
YAGO ¡Dadme una venda! Gracias.   ¡Oh si yo tuviera una silla de manos, para llevarle a casa!
BLANCA ¡Ay que pierde el sentido! ¡Casio, mi dulce Casio!
YAGO Amigos míos, yo tengo mis recelos de que esta joven tiene parte no escasa en el delito. Esperad un momento. Que traigan luces, a ver si podremos conocer al muerto. ¡Amigo y paisano mío, Rodrigo! ¡No, no es! Sí, sí, ¡Rodrigo! ¡Qué suceso más extraño!
GRACIANO ¿Rodrigo el de Venecia?
YAGO El mismo, caballero. ¿Le conocíais vos?
GRACIANO Ya lo creo que le conocía.
YAGO ¡Amigo Graciano! Con este lance estoy tan turbado que no sé lo que me sucede.
GRACIANO Mucho me place el veros.
YAGO ¿Cómo os sentís, Casio? ¡Que traigan una silla de manos!
GRACIANO ¡Rodrigo!
YAGO No cabe duda que es él. Lo deploro. Venga la litera. Llevadle despacio a casa de alguna persona caritativa. Me iré a llamar al médico de Otelo. No tengáis cuidado, señora. El desdichado que ahí yace muerto, fue muy amigo mío. ¿Cuál sería la causa de la pendencia?
CASIO Ciertamente que no lo sé. Ni siquiera le conozco.
YAGO (a Blanca) ¿Perdéis el color? Retirad el cadáver. No me abandonéis, caballeros. Mucho palidecéis, señora mía. ¿No veis qué asustada y sin sosiego está? Creo que ella podría decirnos algo. Miradla, miradla despacio. ¿No lo advertís, caballeros? La lengua calla, pero la conciencia habla a gritos.

            Entra Emilia.

EMILIA ¿Qué pasa? ¡Ay, esposo mío!
YAGO A traición han acometido a Rodrigo. Algunos se han escapado. Él queda muerto y Casio herido.
EMILIA ¡Infeliz Casio! ¡Pobre caballero!
YAGO ¡Fruto natural de la vida que él traía! Vete, Emilia, y pregunta a Casio dónde cenó esta noche. (A Blanca) ¿Por qué tembláis, señora?
BLANCA En mi casa cenó, pero no tiemblo por eso.
YAGO ¿Conque en tu casa? Pues ven conmigo.
EMILIA ¡Mala mujer, ramera!
BLANCA Soy tan honrada como vos. No me insultéis.
EMILIA ¡Tan honrada como yo! ¡Perdida!
YAGO Vamos a cuidar de Casio, amigos míos. Señora, venid, que pronto hablaréis de otra manera. Emilia, vete a toda prisa al castillo, refiéreselo al moro y a Desdémona. Venid conmigo. (Aparte) Esta noche será la de mi felicidad o la de mi ruina.

            Salen.


ESCENA SEGUNDA
            Alcoba en el castillo.
Desdémona dormida. A su lado una luz.
                   Entra Otelo.

OTELO Con razón lo hago, con razón ¡alma mía! No os lo quiero contar, castas estrellas. Tampoco quiero derramar la sangre de ella, ni ajar su cutis más blanco que la nieve, y más tierno que mármol sepulcral. Y con todo eso, tengo que matarla, para que no engañe a otros hombres. Apagaré esta luz… Y luego aquélla. Si apago esta luz y luego me arrepiento, puedo volver a encenderla, pero si te apago a ti, luz clarísima, primor y ejemplar de la naturaleza, ¿dónde hallaré el fuego de Prometeo, para volverte a dar la vida? Si arranco la flor de su tallo, ¿cómo he de restituirle su frescura y lozanía? Necesario es que se marchite. Quiero respirar por última vez su deleitoso aroma.

            La besa.

¡Oh regalado aliento de tu boca, casi bastas para arrancar el hierro de la mano de la justicia! Otro beso y nada más. ¡Quédate así, cuando yo te mate, que muerta y todo te he de amar! Otro beso, el último. Nunca lo hubo más delicioso ni más fatal; lloremos. Mi llanto es feroz, y mi ira es como la de Dios, que hiere donde más ama. Ahora se despierta.
DESDÉMONA (despertándose) ¿Eres tú, Otelo?
OTELO Yo soy, Desdémona.
DESDÉMONA Esposo mío, ¿quieres descansar?
OTELO ¿Has rezado esta noche, Desdémona?
DESDÉMONA Sí.
OTELO Pues pide a Dios perdón, si te acuerdas de algún crimen, que Dios no te haya perdonado todavía.
DESDÉMONA ¡Dios mío! ¿Qué quieres decir, esposo?
OTELO Hazlo, y pronto. Yo me alejaré entretanto. No quiero que mueras sin confesión. No quiero condenar tu alma.
DESDÉMONA ¿Qué? ¿Quieres matarme?
OTELO Sí, por cierto.
DESDÉMONA ¡Perdón, Dios mío!
OTELO ¡Así sea! Dilo con todas las fuerzas de tu alma.
DESDÉMONA Tú que así hablas no puedes matarme.
OTELO ¿Qué?
DESDÉMONA Con todo eso, te temo. Tu mirada me aterra. Y no sé por qué es mi temor, pues de ningún crimen me reconozco culpable. Y sin embargo, tiemblo.
OTELO Acuérdate de tus pecados.
DESDÉMONA Será el amor que te profeso.
OTELO Por ese amor te mato.
DESDÉMONA ¿Matarme porque te amo? ¡Oh indigna muerte! ¿Por qué te muerdes los labios? ¡Ciega pasión te descamina! Agüeros son de mal suceso; pero yo espero que no me amenacen a mí.
OTELO ¡Calla, calla!
DESDÉMONA Sí, callaré, pero ¿qué pasa?
OTELO ¿Tú diste a Casio aquel pañuelo, regalo mío y que yo tanto apreciaba?
DESDÉMONA ¡No, te lo juro por mi vida! Pregúntaselo a él.
OTELO No jures en falso, amada mía, que ya estás en el tálamo de la muerte.
DESDÉMONA ¿Tan pronto?
OTELO Enseguida. Confiesa, pues, tus culpas, una por una, que aunque las niegues con los más firmes juramentos, no has de disminuir en un ápice mi firme convicción. De todas maneras, morirás.
DESDÉMONA Entonces, Dios tenga compasión de mí.
OTELO Así sea.
DESDÉMONA Y tenla tú también. Jamás te falté, ni aun de pensamiento. Nunca puse mi corazón en Casio ni le di prenda alguna de amor. Quísele sólo con la amistad que Dios aprueba.
OTELO ¡Dios mío! ¡Y yo que he visto el pañuelo en sus manos! ¡Tú quieres volverme loco, y hacer que trueque en asesinato lo que quiero que sea sacrificio! Yo he visto el pañuelo.
DESDÉMONA Él lo encontró en el suelo. Yo no se lo di. Que venga él y nos declare la verdad.
OTELO Ya la ha confesado.
DESDÉMONA ¿Y qué confesó?
OTELO Que alcanzó favores tuyos.
DESDÉMONA ¿Ilícitos?
OTELO Sí.
DESDÉMONA Falso. No lo repetirá delante de mí.
OTELO No, porque Yago le ha cerrado la boca.
DESDÉMONA ¡Ah! Tiemblo. ¿Casio ha muerto?
OTELO ¡Ojalá hubiera tenido tantas vidas como cabellos, para que mi venganza las hubiera devorado una por una!
DESDÉMONA ¡Calumnia, calumnia atroz, que nos ha perdido!
OTELO ¡Infame! ¿Y te atreves a llorarle delante de mí?
DESDÉMONA ¡Esposo mío, destiérrame de tu presencia, pero no me mates!
OTELO Apártate, vil adúltera.
DESDÉMONA Déjame vivir siquiera esta noche. Mátame mañana.
OTELO ¿Aún te defiendes?
DESDÉMONA Siquiera una hora de vida.
OTELO La hora inevitable ha llegado.
DESDÉMONA Dejadme rezar una oración.
OTELO Ya es tarde.

            La estrangula.

EMILIA (dentro) ¡Abrid, señor, abrid!
OTELO ¿Quién llama? ¿Estará muerta del todo? En medio de todo, le tengo lástima, y no quiero alargar su agonía.
EMILIA (dentro) ¡Abrid, señor!
OTELO ¿Quién es?
EMILIA (dentro) Señor, dejadme deciros dos palabras.
OTELO Es Emilia. – Voy a abrirle.- Ya ha muerto Desdémona. – ¿Vendrá Emilia a contarme la muerte de Casio? – Aquí era el ruido. – Está inmóvil, yerta como la losa de un sepulcro. - ¿Abriré? ¿Será una imprudencia? - ¡Me parece que se mueve! – No es nada.- ¿Qué haré? Si entra, preguntará por mi mujer. ¡Mi mujer, mi mujer!- ¿Y quién es mi mujer? Yo no la tengo. ¡Hora tristísima! ¡Ojalá hubiese ahora un eclipse de sol y de luna, y se abriera el centro de la tierra!
EMILIA ¡Abrid señor! Que es muy importante lo que tengo que deciros.
OTELO Ya no me acordaba de ti, Emilia. Entra, pero despacio. Voy a cerrar las cortinas del lecho.

            Abre la puerta.

(A Emilia) ¿Qué nuevas traes? Dímelas.
EMILIA Señor, cerca de aquí acaban de matar a uno.
OTELO En este instante.
EMILIA Ahora mismo.
OTELO Influjos son de la luna, que anda ahora muy cerca de la tierra, y hace sentir aquí sus efectos.
EMILIA Casio ha dado muerte a un mancebo veneciano llamado Rodrigo.
OTELO ¿Muerto Rodrigo? Y Casio muerto también.
EMILIA No. Casio no ha muerto.
OTELO ¡Casio no ha muerto! Entonces ese homicidio, lejos de serme grato, me es aborrecible.
DESDÉMONA ¡Oh muerte cruel!
EMILIA ¿Qué grito ha sonado?
OTELO ¿Grito? ¿Dónde?
EMILIA Grito de mi señora. Amparadme, por Dios. Decidme algo, señora, amada Desdémona.
OTELO Muere sin culpa.
EMILIA ¿Y quién la mató?
DESDÉMONA Nadie. Yo me maté. Que Otelo me conserve en su recuerdo. Adiós, esposo mío.
OTELO ¿Pues cómo ha muerto?
EMILIA ¿Quién lo sabe?
OTELO Ya has oído que ella misma dice que yo no fui.
EMILIA Vos fuisteis. Y es preciso que digáis la verdad.
OTELO Por la mentira se ha condenado y baja al infierno. Yo la maté.
EMILIA ¡Ella era un ángel, vos sois un demonio!
OTELO Ella fue pecadora y adúltera.
EMILIA La estáis calumniando infame y diabólicamente.
OTELO Fue falsa y mudable como el agua que corre.
EMILIA Y tú violento y rápido como el fuego. Siempre te guardó fidelidad, y fue tan casta como los ángeles del cielo.
OTELO Casio gozó de su amor. Que te lo cuente tu marido. ¡Oh, merecería yo pagar mi necio crimen en lo más hondo del infierno, si antes de arrojarme a la venganza, no hubiera examinado bien la justicia de los motivos! Yago lo averiguó.
EMILIA ¿Mi marido?
OTELO Tu marido
EMILIA ¿Él averiguó que Desdémona te había sido infiel?
OTELO Sí, con Casio. Y si no me hubiera sido traidora, te juro que no la hubiera trocado ni por un mundo que el cielo hubiese fabricado para mí de un crisólito íntegro y sin mancha.
EMILIA ¡Mi marido!
OTELO Él me lo descubrió todo. Es hombre de bien, y aborrece toda infamia y torpeza.
EMILIA ¡Mi marido!
OTELO ¿Por qué repites tanto: “mi marido”?
EMILIA ¡Ay pobre señora mía, cómo la maldad se burla del amor! ¡Qué negra iniquidad! ¿Y mi marido te dijo que ella había sido infiel?
OTELO Sí, tu marido. ¿Lo entiendes bien ahora? Yago, mi fiel amigo Yago.
EMILIA Pues si tales cosas te ha dicho, consúmase su alma, un átomo cada día. ¡Ha mentido como un infame! Bien deseaba el puesto que tan caro ha comprado.
OTELO ¡Por Dios vivo!...
EMILIA Puedes matarme: será un hecho tan indigno de memoria como lo eres tú.
OTELO Debías callar.
EMILIA Aún mayor que tu poder es mi valor. ¡Necio, más estúpido que el polvo de la tierra! ¡Vaya una bravata! Me río de tu acero. Voy a contar a gritos quién eres, aunque me cueste la vida y cien vidas. ¡Socorro, que el moro ha asesinado a mi señora! ¡Socorro!.

            Entran Montano, Graciano y Yago.

MONTANO ¿Qué pasa, general?
EMILIA ¿Ahí está, Yago? ¡Qué habilidad tienes! ¡Dejar que un infame te acuse para disculpar sus crímenes!
GRACIANO ¿Pero qué ha pasado?
EMILIA Si eres hombre, desmiéntele. Él cuenta que tú le dijiste que su mujer le era infiel. Yo sé bien que no lo has dicho, porque no eres tan malvado. Habla, respóndele, que el corazón quiere saltárseme.
YAGO Le dije lo que yo tenía por cierto, y lo que luego él ha averiguado.
EMILIA ¿Y tú le dijiste que mi señorea no era honrada?
YAGO Sí que se lo dije.
EMILIA Pues dijiste una mentira odiosa, infernal y diabólica. ¡Poder de Dios! ¿Y le dijiste que era infiel con Casio, con Casio?
YAGO Sí, con Casio. Cállate, mujer.
EMILIA No he de callar. Es necesario que yo hable. Mi pobre señora yace muerta en su lecho.
TODOS ¡No lo consienta Dios!
EMILIA Y tus declaraciones son causa de su muerte.
OTELO No os asombréis, señores. Así ha sucedido.
GRACIANO ¡Horrenda verdad!
MONTANO ¡Espantoso crimen!
EMILIA Aquí se esconde alguna infernal añagaza… Y empiezo a sospechar… ¡Ah, sí; ya caigo! … Lo que siempre recelé… ¡Infame! Me ahoga la ira! ¡Oh trama inicua!
YAGO ¿Estás loca? Vete a casa. Te lo mando.
EMILIA Caballeros, dejadme hablar. Otra vez le obedeceré, no ahora. Y quizás nunca volveré a tu casa, Yago.
OTELO ¡Ay! ¡Ay!
EMILIA ¿Al fin lo sientes? Ruge, ruge. Has asesinado a la más santa y hermosa criatura que ha visto nunca la luz del sol.
OTELO (Levantándose) ¡Fue adúltera! (A Graciano) No os había conocido, tío. Ahí tenéis muerta a vuestra sobrina, y muerta a mis manos. Sé que esto os parecerá horrible…
GRACIANO ¡Pobre Desdémona! Cuán feliz es tu padre en haber pasado ya de esta vida. Tu boda le mató: el pesar de ella le bastó a cortar el hilo de sus días. Pero si hoy viviera, y la viese muerta, pienso que había de maldecir hasta de su ángel de la guarda, provocando la indignación del cielo.
OTELO ¡Qué dolor! Pero Yago sabe que ella mil veces se entregó a Casio. El mismo Casio lo confesaba, y además recibió de ella, en pago de su amor, el pañuelo, el regalo nupcial que yo le hice, un pañuelo que mi padre había dado a mi madre. Yo mismo lo he visto en manos de Casio.
EMILIA ¡Dios poderoso! ¡Dios de bondad!
YAGO ¡Calla, te digo!
EMILIA No, no puedo callar, no quiero. Hablaré libre como el viento, aunque me condenen Dios y los hombres del infierno. No callaré: debo hablar.
YAGO No digáis locuras. A casa, a casa.
EMILIA Jamás iré

            Yago la amenaza.

GRACIANO ¿Qué? ¿La espada sacáis contra una débil mujer?
EMILIA ¡Perverso Otelo! Yo encontré aquel pañuelo, yo misma se lo di a mi marido, porque con muchas instancias me había pedido que lo robara.
YAGO ¡Infame prostituta!
EMILIA ¿Que ella se lo dio a Casio? No, ¡si lo encontré yo, y se lo di a mi marido!
YAGO Mientes, malvada.
EMILIA No miento, no. Caballeros, no miento. ¡Bestia cruel! ¡Estúpido! ¿Cómo habías tú de poder contra esa santa?
OTELO ¡Monstruo! ¿No hay rayos en el cielo, o es que el trueno se los apropió todos?

            Se arroja sobre Yago, pero éste hiere a Emilia y huye.

GRACIANO Sin duda ha muerto a su mujer.
EMILIA Sí. Muerta soy; colocadme al lado de mi ama.
GRACIANO Él ha huido dejándola muerta.
MONTANO ¡Infame asesino! Toma tú esta espada que he quitado de manos del moro. Guardad la puerta; no le dejéis salir, aunque sea preciso matarle. Yo iré detrás de ese malvado, el más abominable de cuantos existen en el mundo.

            Salen Montano y Graciano.

OTELO Hasta el valor he perdido, un niño podría desarmarme. ¿Pero qué importa? ¡Vaya con la virtud la honra! ¡Húndase todo!
EMILIA Quiero acordarme de las palabras de tu canto, señora mía, óyeme, si es que aún tienes oídos. Moriré cantando como el cisne:

“Cantad el sauce, y su verdor cantad

Moro, ella fue honesta. Moro ella te amaba. Verdad es, así yo me salve. Muero diciendo la verdad. Muero.

            Cae.

OTELO Otra arma tengo aquí: una hoja española, reciamente templada en las aguas del Tajo. Ahora es cuando debo desnudarla, amado tío.
GRACIANO (dentro) Vana empresa será el defenderte; no tienes armas, has de ceder.
OTELO Entra, y óyeme, o embestiré desnudo como estoy.

            Entra Graciano.

GRACIANO ¿Qué sucede?
OTELO Espada tengo, la mejor que ciñó ningún guerrero; esta hoja y este brazo han allanado obstáculos veinte veces mayores que tu resistencia. Pero ¡qué insensato alarde! ¿Quién lidia contra la fortuna? Todo ha cambiado: no me temes aunque me ves con armas. Éste es el término de mi viaje, la bahía y el puerto. ¿Te retiras tembloroso? ¿A qué ese miedo? Aunque ataques a Otelo con una débil caña, Otelo cederá. ¿Y adónde ha de ir Otelo? Déjame ver tu rostro por última vez, infeliz esposa  mía. Tan pálido está como tu vestidura. Cuando los dos comparezcamos ante el tribunal divino, esa mirada tuya bastará a arrojar mi alma del cielo, y los demonios harán presa en ella con las uñas. ¡Ay de mí, siervo del pecado! ¡Furias, arrojadme del cielo con vuestro gran torbellino, hacedme hervir en azufre o en pilas de hirviente metal. ¡Desdémona, Desdémona!

            Entran Ludovico, Montano, Casio herido, y Yago preso.

LUDOVICO ¿Dónde está este infeliz temerario?
OTELO Aquí tenéis al que fue Otelo.
LUDOVICO ¿Dónde ese basilisco, ese horrible Yago?
OTELO ¡Lástima que seas demonio, porque no podré matarte!

            Le hiere.

LUDOVICO Desarmadle.
YAGO Me has herido, pero no de muerte.
OTELO Y no lo siento. Quiero que vivas, porque el morir es una dicha.
LUDOVICO Otelo, tú que antes fuiste tan bueno y generoso, ¿cómo has caído en los lazos de este traidor artero? ¿Qué dirán de ti?
OTELO Cuanto quieran, si así lo creéis; seré un delincuente honrado. Por honor la maté, no por odio.
LUDOVICO En parte ya ha confesado su crimen. ¿Los dos concertastéis la muerte de Casio?
OTELO Sí.
CASIO Y sin razón ninguna.
OTELO Téngolo por cierto y te pido perdón. Preguntad a ese demonio, qué motivo le pudo inducir a infernar de ese modo mi cuerpo y mi alma.
YAGO No me preguntéis nada, no he de responder. Todo lo sabéis. Desde ahora no he de hablar.
LUDOVICO ¿Ni siquiera para rezar?
GRACIANO El tormento te obligará a mover la lengua.
OTELO Bien harás.
LUDOVICO Sabedlo todo, pues aún hay algo que no ha llegado a vuestra noticia. En el bolsillo de Rodrigo se han encontrado dos cartas. Una de ellas explica cómo Rodrigo se encargó de dar muerte a Casio.
OTELO ¡Cobarde!
CASIO ¡Infame!
LUDOVICO La otra carta contiene mil quejas contra Yago, pero se conoce que antes de enviarle Rodrigo la carta, encontró a Yago, y éste resolvió todas sus dudas y le decidió a lo que hizo.
OTELO ¡Perro traidor! ¿Y cómo llegó a tus manos, Casio, aquel pañuelo de mi mujer?
CASIO Lo hallé en mi aposento, y él mismo acaba de confesar que lo dejó allí con ese intento.
OTELO ¡Necio, mentecato!
CASIO En la misma carta le echa en cara Rodrigo, entre otras mil acusaciones, el haberle excitado en el cuerpo de guardia a que riñese conmigo, de cuya riña resultó el perder yo mi empleo. Y él ha dicho antes de morir que Yago le acusó y le hirió.
LUDOVICO Necesario es que vengáis con nosotros sin demora. El gobierno queda en manos de Casio. Y en cuanto a Yago creed que si hay algún tormento que pueda hacerle padecer eternamente sin matarle, a él se aplicará. Vos estaréis preso, hasta que sentencie vuestra causa el Senado de Venecia.
OTELO Oídme una palabra, nada más, y luego os iréis. He servido bien y lealmente a la República, y ella lo sabe, pero no trataremos de eso. Sólo os pido por favor una cosa: que cuando en vuestras cartas al Senado refiráis este lastimoso caso, no tratéis de disculparme, ni de agravar tampoco mi culpa. Decid que he sido un desdichado; que amé sin discreción y con furor, que aunque tardo en recelar, me dejé arrastrar como loco por la corriente de los celos. Decid que fui tan insensato como el indio que arroja al lodo una pieza preciosa que vale más que toda su tribu. Decid que mis ojos que antes no lloraban nunca, han destilado luego largo caudal de lágrimas, como destilan su balsámico jugo los árboles de Arabia. Contádselo todo así, y decid también que un día que en Alepo un turco puso la mano en un veneciano, ultrajando la majestad de la República, yo agarré del cuello a aquel perro infiel y le maté así.

            Se hiere.

LUDOVICO ¡Lastimosa muerte!
GRACIANO Vanas fueron nuestras palabras.
OTELO Esposa mía, quise besarte antes de matarte. Ahora te beso, y muero al besarte.

            Muere.

CASIO Yo lo recelé, porque era de alma muy generosa, pero creí que no tenía armas.
LUDOVICO (A Yago) ¡Perro ladrón, más crudo y sanguinario que la muerte misma, más implacable que el mar alborotado! ¡Mira, mira los dos cadáveres que abruman ese lecho! Gózate en tu obra, cuyo solo espectáculo basta para envenenar los ojos. Cubrid el cadáver, haced guardar la casa, Graciano. Haced inventario de los bienes del moro. Sois su heredero. Y a vos, gobernador, incumbe el castigar a este perro sin ley, fijando el modo y la hora del tormento. Y ¡que sea cruel, muy cruel! Yo con lágrimas en los ojos voy a llevar a Venecia la relación del triste caso.



Otelo, W. Shakesperare, traducción de Marcelino Menéndez Pelayo, en William Shakespeare teatro completo Jaume Plensa, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores.





No hay comentarios:

Publicar un comentario